Aturdidos por el vino los sentidos finos, metafísicos, que nos ligan al cosmos y al Yo superior, la gran deva de esta planta pudo conducir a la Humanidad a las profundidades del materialismo y de los instintos físicos animales. Como una fuerte tempestad rugió por el mundo antiguo esta deva, en la forma del dios del vino Dionisos, con sus salvajes secuaces, las furibundas ménadas y los lascivos sátiros. Aquellos que se interponían en su camino, como el rey de Esparta, por ejemplo, eran descuartizados vivos brutalmente.
La vid de profundas raíces, que se resiste a crecer en vertical, es una planta misteriosa de la Edad del Hierro, de la Kali Yuga (en sánscrito, la edad oscura). Su savia fermentada, de efectos inhibidores de la vida y momificantes, fortalece el ego y envuelve la personalidad aislándola de lo sobrenatural.
La copa de vino está también íntimamente ligada al cristianismo. El arquetipo humano (el Yo superior) encontró el camino hacia la materialización físico-sensorial en Jesucristo, que sería comparado con la vid y que convertiría el agua en vino. Tuvo que padecer la lejanía de Dios y fue clavado por los romanos en la cruz de los cuatro elementos. Al mismo tiempo, sin embargo, marcó el camino del amor, del altruismo que nos saca del oscuro pozo del egoísmo.
Ahora también queda claro por qué en esta cultura, en la que el vino tiene un papel sacramental, el hombre se distanció más de sus orígenes espirituales y se colocó sobre un pedestal a la personalidad individual, al ego aislado. Ahora se comprende por qué esta cultura, como ninguna otra, se enfrentó a la materia y exploró sus leyes, otorgando a la experiencia sobrenatural-espiritual un papel secundario (calificándola de «superestructura mental» o incluso de locura subjetiva). No obstante ahora, según piensan las personas de orientación esotérica, amanece una nueva era. Con el despertar de Acuario «ha acabado la misión de la vid», como lo expresaría Rudolf Steiner. Para poder sobrevivir, las personas han de volver a entrar en comunicación con su Yo superior y, tal como lo hiciera Edward Bach, desarrollar los sentidos.
Desde 1870 la filoxera ha atacado de tal manera a la vid que la viticultura se ve gravemente amenazada. Es como si la planta se hubiera agotado en su misión histórico-evolutiva y quisiera retirarse de la existencia. Si no se hubiese encontrado la vid silvestre norteamericana, que se hace servir de portainjerto para las variedades nobles, ya no existiría el vino. A pesar de ello cada vez existen más hongos y plagas que atacan a la vid: los viticultores se ven obligados a utilizar venenos para combatir estas plagas.
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