Mustard - Mostaza Blanca

Desde el punto de vista anatómico y químico, la mostaza silvestre utilizada por Edward Bach para su preparado floral Mustard se diferencia poco de la mostaza blanca cultivada. Sus semillas no son tan acres como las de la mostaza blanca, contienen sólo una tercera parte de sustancias activas. La mostaza silvestre actúa más en el plano espiritual que en el plano físico-somático, como descubriera Bach. Sus primos negros y blancos ponen en movimiento, como se decía antaño, «los humores» (sangre, mucosa, bilis) y estimulan el metabolismo. Cuando estos procesos se hacen más lentos, nos explican los especialistas en psicosomática, se producen simultáneamente manifestaciones negativas en el alma. En el estómago se acumulan sentimientos de desesperación y tristeza, las afecciones hepáticas son a menudo depresiones enmascaradas, y el estreñimiento crónico acompaña al pesimismo y a la desconfianza.

Bach descubrió que la mostaza, proscrita como mala hierba, podía curar trastornos anímicos como la melancolía (en griego, bilis negra) antes incluso de que aparecieran serias alteraciones somáticas. Las distintas especies de mostaza son beneficiosas para las consecuencias físicas (sobre todo digestivas) de los estados de ánimo negativos, mientras que la flor de la mostaza blanca cura a nivel espiritual, cuando sin causa aparente surgen trastornos anímicos del subconsciente que invadirán a la persona de melancolía y tristeza. Mustard, escribe Bach, disipa la tristeza y devuelve la alegría de vivir. Dicho de otro modo, la fuerza del azufre trae luz y calor a las profundidades frías y sombrías del alma de la que, por el motivo que fuere, surgen la melancolía, el pesimismo y la tristeza, amenazando con anular la personalidad. Sin la fuerza sulfurosa del alma, la personalidad humana se hunde en los más oscuros abismos.